Divulgación científica

La divulgación científica deberá no solamente dar la información al receptor sino que también estimular sus aptitudes hacia las diversas áreas.

domingo, 18 de octubre de 2009

19 de Octubre - Día del Jardinero



Rabindranath Tagore
El jardinero

1

El servidor: —¡Oh, Reina, ten piedad de tu servidor!

La Reina: —Terminó ya la asamblea, y todos mis servidores se han ido. ¿Por qué vienes tan tarde?

El servidor: —Mi hora llega cuando la de los demás ha pasado. Dime qué trabajo ordenas al último de tus servidores.

La Reina: —¿Qué puedo ordenarte, si es tan tarde

El servidor: —Hazme jardinero de tu jardín.

La Reina: —¿Qué locura es ésta?

El servidor: —Renunciaré a cualquier otra tarea, abandonaré al polvo mis lanzas y mis espadas. No me envíes a lejanas cortes. No me pidas nuevas conquistas: hazme jardinero de tu jardín.

La Reina: —¿Y en qué consistirá tu servicio?

El servidor: —En llenar tus ocios. Conservaré fresca la hierba del sendero por donde vas cada mañana y donde, a cada paso tuyo, las flores deseosas de morir bendicen el pie que las pisa. Te meceré entre las ramas del septaparna mientras la luna, apenas levantada en la noche, intentará besar tu vestido a través de las hojas. Llenaré con aceite perfumado la lámpara que arde junto a tu lecho y adornaré tu escabel con maravillosas pinturas de azafrán y sándalo.

La Reina: —¿Y cuál será tu recompensa?

El servidor: —Que me des permiso para tener entre mis manos tus pequeños puños, que parecen capullos de loto, y para rodear tus brazos con cadenas de flores; que pueda teñir las plantas de tus pies con el zumo encarnado de los pétalos de ashoka, y recoger, con un beso, la mota de polvo que pueda posarse en ellos.

La Reina: —Tus ruegos han sido escuchados.

Serás el jardinero de mi jardín.

2

Poeta, la noche se acerca; tus cabellos blanquean.

Durante tus ensueños solitarios, ¿oyes el mensaje del más acá?

Es de noche, dijo el poeta, y escucho: tal vez alguien está llamando desde el pueblo, aunque ya es tarde.

Estoy velando: dos enamorados se buscan. ¿Les guiará su corazón? Los corazones errantes de dos jóvenes amantes se encontrarán; sus ojos ardientes suplican una armonía de amor que rompa el silencio y hable por ellos.

¿Quién tejerá sus cantos apasionados si yo me siento en la playa de la vida, contemplando la muerte y el más allá?

Desaparece la primera estrella de la noche.

El resplandor de una pira funeraria se extingue lentamente junto al río silencioso.

Desde el patio de la casa desierta, y a la luz de la luna pálida, se oye el coro de los chacales.

Si algún viajero, vagando lejos de su casa, viene hasta aquí a contemplarla noche y a escuchar, con la cabeza inclinada, el canto de las tinieblas, ¿quién se acercará a murmurarle los secretos de la vida si, cerrando mi puerta, me libero de todas mis obligaciones mortales?

No importa que mis cabellos empiecen a blanquear.

Siempre seré tan joven y tan viejo como el más joven y el más viejo del pueblo.

Unos sonríen simple y dulcemente, otros tienen un brillo malicioso en la mirada.

Éstos lloran abiertamente a la luz del sol, aquéllos esconden sus lágrimas en las tinieblas.

Todos me necesitan, y yo no tengo tiempo para meditar sobre la vida futura.

Tengo la edad de todos. ¿Qué importa si mis cabellos blanquean?

3

Al amanecer, eché mi red al mar.

Arranqué al oscuro abismo extrañas maravillas: unas brillaban como sonrisas, otras como lágrimas, y algunas se coloreaban como las mejillas de una novia.

Cuando volví a casa, cargado con mi precioso botín, mi amada estaba sentada en el jardín y deshojaba, indolente, los pétalos de una flor.

Dudé un instante, luego dejé a sus pies todo cuanto había arrancado al mar y quedé silencioso.

Ella lo miró y dijo: ‘¿Qué son esas cosas tan raras? ¿Cuál es su utilidad?’

Avergonzado, incliné la cabeza y pensé: Obtener esto no me ha costado esfuerzo alguno: ni siquiera lo he comprado; no son regalos dignos de ella.

Pasé la noche tirando los tesoros ala calle.

Al día siguiente pasaron unos viajeros, los recogieron y se los llevaron a lejanos países.

4

Ay, ¿por qué han edificado mi casa junto al camino que lleva a la ciudad? Amarran sus barcas cargadas junto a mis árboles.

Van y vienen y se mueven a su antojo.

Me siento y los contemplo, y mis horas se consumen.

No puedo echarles. Y así paso los días.

Sus pasos suenan día y noche ante mi puerta.

Es inútil que les diga: ‘No os conozco’.

Toco a unos, siento el olor de otros; a éstos los llevo en la sangre de mis venas, y aquéllos pueblan mis sueños.

No puedo echarlos. Les llamo y les digo: ‘Que entren en mi casa los que quieran. Sí, que entren’.

Al amanecer, dobla la campana del templo.

Llegan con cestos en las manos.

Sus pies han enrojecido y la primera luz del alba ilumina sus rostros.

No puedo echarlos. Les llamo y les digo: ‘Venid a mi jardín a coger flores, venid’.

A mediodía se oye el gong de la verja del palacio.

No sé por qué abandonan su trabajo y se acercan a mi seto.

Las flores de sus cabellos palidecen y se mustian: las notas de sus flautas languidecen.

No puedo echarlos. Los llamo y desdigo: ‘Hay sombra refrescante bajo mis árboles. Venid, amigos’.

De noche, los grillos cantan en el bosque.

¿Quién llega lentamente hasta mi puerta, y llama en ella?

Distingo vagamente su rostro... No pronunciamos ni una palabra.

El silencio del cielo lo envuelve todo.

No puedo echar a mi callado huésped.

Contemplo su rostro en la noche y transcurren horas de ensueño.

5

No hallo reposo.

Tengo sed de infinito.

Mi alma languideciente aspira a las misteriosas lejanías.

Gran Más Allá, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!

Olvido siempre, siempre, que no tengo alas para volar, que estoy eternamente atado a la tierra.

Mi alma es ardiente y huye el sueño; soy un extraño en un país extraño.

Tú murmuras a mi oído una esperanza imposible.

Mi corazón conoce tu voz como si fuera suya.

Gran Desconocido, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!

Olvido siempre, siempre, que ignoro el camino, que no poseo un caballo alado.

No puedo hallar descanso; soy un extraño para mi propio corazón.

En la soleada niebla de las horas lánguidas, ¡qué grandiosa visión de Ti aparece en el azul del cielo!

Gran Arcano, ¡qué profunda es la llamada de tu flauta!

Olvido siempre, siempre, que están cerradas todas las puertas de esta casa en la que vivo solo.

6

El pájaro preso vivía en una jaula, y el pájaro libre en el bosque.

Se encontraron por azar. El pájaro libre grita: ‘Amor mío, volemos hacia el bosque’.

El pájaro preso murmura: ‘Ven aquí, vivamos juntos en la jaula’.

‘Entre estos barrotes, ¿podré extender mis alas?’ dice el pájaro libre. ‘Ay, lamenta el prisionero, yo no sabría posarme en el cielo’.

‘Amor mío, ven conmigo a cantar las canciones del bosque’. ‘Quédate junto a mí. Te enseñaré una música muy hermosa’.

El pájaro del bosque replica: ‘No, no. No se pueden enseñar las canciones’.

El pájaro enjaulado dice: ‘Ay, yo no conozco los cantos de los bosques’.

Tienen sed de amor, pero no pueden volar ala con ala.

Se miran a través de los barrotes de la jaula, pero su deseo es inútil.

Aletean y cantan: ‘Acércate más, amor mío’.

El pájaro libre grita: ‘No puedo, las puertas cerradas de tu jaula me dan miedo’.

‘Ay, dice el cautivo, mis alas no tienen fuerza, han muerto’.

7

Madre, el joven Príncipe pasará por aquí. ¿Cómo quieres que trabaje esta mañana?

Dime cómo he de peinarme y qué vestidos debo ponerme.

¿Por qué me miras tan asombrada, madre?

Sé muy bien que él no mirará mi ventana, que desaparecerá en un abrir y cerrar de ojos, y que sólo los sollozos de su flauta lejana llegarán a morir hasta mi oído.

Pero el joven Príncipe pasará por aquí, y para esta ocasión quiero ponerme lo mejor que tengo.

Madre, el joven Príncipe ha pasado por aquí y el sol de la mañana brillaba en su carroza.

Me quité el velo, me arranqué el collar de rubíes y lo eché a sus pies.

¿Por qué me miras tan asombrada, madre?

Sé muy bien que no recogió mi collar: sé que mi collar fue aplastado por las ruedas de su carroza, dejando una mancha roja en el polvo; nadie supo cuál era mi regalo ni a quién iba destinado.

Pero el joven Príncipe ha pasado por aquí y he ofrecido a su paso el tesoro de mi corazón.

8

La lámpara se extinguió junto a mi cama, y al amanecer me desperté con los pájaros.

Me senté ante la ventana abierta y adorné mis cabellos sueltos con una guirnalda de flores.

Por entre la neblina rosada del alba vi al joven viajero que avanzaba por el camino.

Traía al cuello un collar de perlas y los rayos del sol resplandecían en su corona. Se detuvo ante mi puerta y me preguntó, ávido: ‘¿Dónde está ella?’

Avergonzada, no acerté a decirle: ‘Ella soy yo, joven viajero, ella soy yo’.

Caía la tarde y la lámpara no se había encendido. Distraídamente, yo trenzaba mis cabellos.

El joven viajero llegó en su carroza, envuelto en el esplendor del sol poniente.

Sus caballos despedían espuma y sus vestidos estaban cubiertos de polvo.

Descendió ante mi puerta y me preguntó con voz cansada: ‘¿Dónde está ella?’

Avergonzada, no acerté a decirle: ‘Ella soy yo, fatigado viajero, ella soy yo’.

En la noche de abril arde la lámpara en mi estancia.

Sopla dulcemente la brisa del sur.

El escandaloso loro duerme en su jaula.

Mi vestido tiene el color del cuello de un pavo real y mi manto es verde como la hierba nueva.

Estoy sentada en el suelo, cerca de la ventana, contemplando la calle desierta.

A través de la noche oscura murmuro sin cesar: ‘Ella soy yo, viajero desesperanzado, ella soy yo’.

9

Cuando, anochecido, voy sola a mi cita de amor, los pájaros no cantan, el viento no alienta y a ambos lados de la calle las casas están silenciosas.

A cada paso mis pies se hacen más pesados, y me da vergüenza.

Cuando, sentada en el balcón, espero oír si se acerca mi amado, las hojas se callan en los árboles y el agua está inmóvil en el río, como la espada en las rodillas del centinela dormido.

Mi corazón, en cambio, late desordenadamente. No sé cómo apaciguarlo.

Cuando mi amado llega y se sienta junto a mí, tiembla todo mi cuerpo, los párpados me pesan, la noche se oscurece, el viento apaga la lámpara y las nubes extienden un velo sobre las estrellas.

Sólo la joya de mi pecho brilla y esparce su claridad; no sé cómo esconderla.

10

Mujer, deja ya tu trabajo. Atiende, el huésped ha llegado.

¿No oyes cómo quita suavemente la cadena que cierra la puerta? No hagas ruido, ni te precipites a su encuentro.

Deja ya tu trabajo, mujer. El huésped ha venido esta noche.

No, no es el soplo de un espíritu, mujer, nada temas.

La luna llena brilla en la noche de abril; en el patio las sombras son claras; en lo alto, el cielo es luminoso.

Cúbrete el rostro con el velo, si ha de ser así, y llévate la lámpara a la puerta, si tienes miedo.

No, no es el soplo de un espíritu, mujer, nada temas.

No le digas nada, si eres tímida; quédate al lado de la puerta, cuando pase.

Si te hace preguntas puedes bajar la mirada, si quieres, en silencio.

Procura que tus brazaletes no tintineen, cuando le invites a entrar con la lámpara en la mano.

No le hables, si eres tímida.

Mujer, ¿aún no terminaste tu trabajo? Atiende, el huésped ha llegado.

¿No encendiste la lámpara del establo? ¿No preparaste el cesto de las ofrendas para el ritual de la noche?

¿No has hecho todavía la señal roja de la fortuna en la raya de tu pelo, ni te has vestido para la noche?

Oh mujer, ¿oyes? El huésped ha llegado.

Deja ya tu trabajo.

11

Ven como estés, no te demores más.

Si se te ha deshecho la trenza, si no es recta la raya de tu pelo, si las cintas de tu corpiño no están atadas, ¿qué importa? Ven como estés, no te demores más.

Ven, con presteza, por la hierba.

Si el rocío hace resbalar la correa de tu calzado, si en tus tobillos se entreabren las ajorcas de campanillas, si se pierden las perlas de tu collar, ¿qué importa?

Ven, con presteza, por la hierba.

¿No ves cómo las nubes cubren el cielo? Bandadas de cigüeñas se levantan a lo lejos, desde la orilla, y furiosas ráfagas de viento se precipitan sobre el yermo.

El ganado, inquieto, se refugia en los establos.

¿No ves cómo las nubes cubren el cielo? Es inútil que enciendas la lámpara para mirarte: vacila y el viento la apaga.

¿Quién puede descubrir que no has pintado tus párpados con hollín? Tus ojos son más oscuros que los nubarrones de la lluvia.

Es inútil que enciendas la lámpara, se apaga.

Ven como estés, no te demores más.

¿Qué importa que tu guirnalda no esté trenzada? Deja ya tu brazalete, aunque no esté cerrado.

Las nubes oscurecen el cielo, y es tarde. Ven como estés, no te demores más.

12

Si, por hacer algo, quieres llenar tu cántaro, ven, ven a mi lago.

El agua envolverá tus pies y te murmurará su secreto.

La sombra de la lluvia cercana se extiende sobre las dunas y las nubes bajas descansan en la línea azul de los árboles, como tu pesada cabellera sobre tus cejas.

Conozco el ritmo de tus pasos, que resuena en mi corazón.

Si debes llenar tu cántaro, ven, ven a mi lago.

Si quieres permanecer sentada, perezosamente, y dejar que tu cántaro flote sobre el agua, ven, ven a mi lago.

La hierba de la orilla es verde y por doquier se abren innumerables flores silvestres.

Tus pensamientos emigrarán de tus ojos oscuros como los pájaros de sus nidos.

Tu velo caerá a tus pies.

Si debes permanecer ociosa, ven, ven a mi lago.

Si, abandonando tus juegos de siempre, quieres zambullirte en el agua pura, ven, ven a mi lago.

Deja en la playa tu manto azul, y el agua más azul te envolverá.

Las olas se dulcificarán para acariciar tu cuello y susurrar a tu oído.

Ven, ven a mi lago si quieres zambullirte en él.

Si, insensata, buscas la muerte, ven, ven a mi lago. Es frío e insondable.

Es sombrío como una noche sin ensueños.

En sus abismos no cuentan las noches, y los días y los cantos son silencio.

Ven, ven a mi lago si quieres sumergirte en la muerte.

13

Yo no pedía nada. Me quedé de pie en el lindero del bosque, detrás del árbol.

Los ojos de la aurora apenas se habían entreabierto y el rocío estaba en el aire todavía.

El perezoso aroma de la hierba flotaba en la neblina que planeaba sobre la tierra.

Para ordeñar la vaca con tus manos tiernas y frescas como la mantequilla, estabas bajo el banano.

Yo no me movía.

No dije una palabra, sólo el pájaro cantó, escondido en la espesura.

Las flores del mango caían sobre el camino del pueblo, y las abejas, una tras otra, acudían a zumbar a su alrededor.

Cerca del estanque se abrió la puerta del templo de Shiva y el adorador inició sus cánticos.

Tú, con la jarra en las rodillas, ordeñabas la vaca.

Yo seguía de pie, con mi cántaro vacío.

No me acerqué a ti.

El día despertó con el sonido del gong del templo.

Los rebaños levantaron el polvo del camino.

Las mujeres volvían del río llevando en la cadera las cántaras rumorosas.

Tus brazaletes tintineaban y la espuma de la leche se derramaba de tu jarra.

Transcurrió la mañana, y no me acerqué a ti.

14

Al atardecer las ramas de los bambúes se estremecían al viento, y yo, no sé por qué, andaba por el camino.

Las sombras alargadas se asían a la luz fugitiva.

Los pájaros se habían cansado de cantar.

Yo, no sé por qué, andaba por el camino.

Un árbol de ramas caídas da sombra a la choza cercana al río.

Alguien trabaja en ella. En el interior de la estancia se oye el tintineo de unos brazaletes.

No sé por qué yo permanecía ante la choza.

El camino, angosto y retorcido, cruza campos de mostaza y bosques de mangos.

Pasa por el templo del pueblo y el mercado junto al río.

Me detuve ante la choza, no sé por qué.

Hace mucho, mucho tiempo, hubo un fresco día de marzo; la primavera suspiraba lánguidamente y las flores del mango caían en el polvo.

El agua tumultuosa saltaba y lamía un cántaro de cobre.

Pienso, no sé por qué, en aquel fresco día de marzo.

Las sombras se hacen más densas, el ganado vuelve a su majada. Una luz gris se extiende sobre la pradera solitaria.

En la orilla, los aldeanos esperan la llegada de la barca.

Lentamente, vuelvo sobre mis pasos.

No sé por qué.

15

Como corre la gacela, embriagada en su propio perfume, hacia la sombra del bosque, así corro yo.

La noche es noche de mayo, la brisa es brisa de mediodía.

Pierdo mi camino, yerro; busco aquello que no puedo encontrar; encuentro aquello que no busco.

Se levanta en mi corazón la imagen de mi deseo, y la veo danzar ante mis ojos.

La centelleante visión asciende.

Intento atraparla, pero se escapa y me deja extraviado.

Busco aquello que no puedo encontrar; encuentro aquello que no busco.

16

Nuestras manos se enlazan, nuestros ojos se buscan. Así empieza la historia de nuestros corazones.

Es noche de marzo iluminada por la luna: el exquisito perfume del henna flota en el aire; mi flauta está abandonada en el suelo y no he terminado la guirnalda de flores.

Este amor nuestro es sencillo como una canción.

Tu velo color de azafrán embriaga mis ojos.

La corona de jazmín que trenzas para mí me alegra el corazón como una alabanza.

Jugamos a dar y a negar, a confesar y a disimular, entre sonrisas y timideces y dulces luchas inútiles.

Este amor nuestro es sencillo como una canción.

No hay ningún misterio más allá del presente, ni anhelo de imposibles: es puro hechizo; no nos aventuramos en la oscura profundidad.

Este amor nuestro es sencillo como una canción.

No nos extraviamos, con las palabras, en un silencio eterno, ni tendemos las manos hacia la nada de las esperanzas imposibles.

Nos basta dar y recibir.

No hemos exprimido las uvas del placer hasta obtener el jugo del dolor.

Este amor nuestro es sencillo como una canción.

17



El pájaro amarillo canta en el árbol de ellos y mi corazón baila de alegría.

Los dos vivimos en el mismo pueblo, y en esto consiste nuestra única dicha.

Sus dos ovejas preferidas vienen a pacer a la sombra de los árboles de nuestro jardín.

Si se pierden en nuestro campo de cebada, las tomo en mis brazos.

Nuestro pueblo se llama Khanjana y Anjana es el nombre del río.

Todo el pueblo sabe mi nombre, y el de ella es Ranjana.

Sólo un prado nos separa.

El enjambre de abejas que habita en nuestro jardín busca la miel en el suyo.

Las flores que echan al agua desde su casa flotan en el arroyo donde nos bañamos.

Cestos de flores secas de kusm vienen desde su prado a nuestro mercado.

Nuestro pueblo se llama Khanjana y Anjana es el nombre del río.

Todo el pueblo sabe mi nombre, y el de ella es Ranjana.

En primavera, el sendero que lleva a su casa está perfumado por las flores del mango.

Cuando su lino está maduro para la cosecha, en nuestro campo florece el cáñamo. Las estrellas que sonríen en su ventana nos iluminan a nosotros con el mismo centelleo. La lluvia que llena su cisterna alegra a nuestro bosque.

Nuestro pueblo se llama Khanjana y Anjana es el nombre del río.

Todo el pueblo sabe mi nombre, y el de ella es Ranjana.



18



Cuando las dos hermanas van por agua, vienen hasta aquí y sonríen.

Sospechan que alguien se esconde tras los árboles, siempre que vienen por agua.

Las dos hermanas, cuando pasan por aquí, se hablan al oído.

Han adivinado el secreto de aquél que se esconde tras los árboles siempre que vienen por agua.

Cuando llegan aquí, sus cántaros se vuelcan súbitamente y el agua se derrama.

Han descubierto que, tras los árboles, un corazón palpita siempre que vienen por agua.

Cuando vienen aquí, las dos hermanas se miran y sonríen.

Sus rápidos piececitos parecen reír. Y ello confunde a aquel que se esconde tras los árboles siempre que ellas vienen por agua.



19



Andabas por el camino que bordea el río con el cántaro lleno a la cadera.

¿Por qué, de pronto, volviste la cabeza y me miraste a través de tu largo velo flotante?

Aquella mirada, escapada de la noche, llegó a mí como una brisa que, después de haber estremecido el agua, se pierde en las sombras de la orilla.

Aquella mirada llegó a mí como el pájaro nocturno que, rápido, entra en la estancia oscura por una ventana abierta y por otra desaparece en la noche.

Te has ocultado como una estrella tras la colina, y yo sigo en el camino.

Pero, ¿por qué te detuviste un momento y me miraste a través del velo, cuando andabas por el camino que bordea el río con el cántaro lleno a la cadera?



20





Día tras día él llega y se va.

Ve y dale esta flor de mi pelo, amigo.

Si te pregunta quién se la envía no se lo digas, te lo ruego, pues si viene es para volverse a ir.

Está sentado bajo un árbol, en el suelo.

Prepárale un lecho de pétalos y hojas, amigo.

Sus ojos están tristes y su mirada pesa en mi corazón.

Nunca dice qué piensa, sólo viene y se va.





21



¿Por qué, al amanecer, el joven viajero vino hasta mi puerta?

Cada vez que entro y salgo lo encuentro allí, y mis ojos son esclavos de su rostro.

No sé si debo hablarle o seguir callando. ¿Por qué ha venido a mi puerta?

Las nubladas noches de junio son sombrías, y el azul del cielo otoñal es muy dulce; pasa, inquieto, el viento de mediodía en los días de primavera.

Su canción siempre ofrece nuevas melodías.

Dejo mi tarea y se me nublan los ojos. ¿Por qué escogió mi puerta?



22



Al pasar rápidamente por mi lado, me rozó el borde de su falda.

Como de una isla ignorada, me llegó de su corazón una súbita y cálida brisa de primavera.

Me acarició un aliento fugitivo, y se desvaneció, como se pierde en el viento el pétalo arrancado a la flor.

Cayó sobre mi corazón como un suspiro de su cuerpo y un susurro de su alma.





23



¿Por qué estás ociosa, jugando con tus brazaletes?

Llena tu cántaro, ya es hora de que entres en casa.

¿Por qué estás ociosa, agitando el agua con las manos, mientras tu mirada caprichosa se entretiene buscando si viene alguien por el camino?

Llena tu cántaro, y entra en casa.

Declina la mañana y el agua oscura se derrama.

Las olas perezosas ríen y murmuran entre sí, jugando.

Las nubes errantes se reúnen en el horizonte sobre las lejanas colinas.

Se detienen perezosamente a contemplar tu rostro y se divierten sonriéndole.

Llena tu cántaro y entra en casa.
24

No guardes sólo para ti el secreto de tu corazón, amiga mía, dímelo, sólo a mí, en secreto.

Susúrrame tu secreto, tú que tienes una sonrisa tan dulce; mis oídos no lo oirán, sólo mi corazón.

La noche es profunda, la casa está silenciosa, los nidos de los pájaros están envueltos por el sueño.

A través de tus lágrimas vacilantes, a través de tus temerosas sonrisas, a través de tu dulce vergüenza y tu tristeza, dime el secreto de tu corazón.





25



—Muchacho, ¿por qué tienes esta mirada enloquecida?

—Debí de beber algún zumo de adormidera para que los ojos se me llenaran de esta locura.

—!Avergüénzate, pues!

—Hay prudentes y hay locos, previsores y despreocupados. Hay ojos que sonríen y ojos que lloran, y mis ojos están llenos de locura.

—Muchacho, ¿por qué estás tan quieto a la sombra de este árbol?

—Mi corazón pesa en mis pies y descanso a la sombra de este árbol.

—!Avergüénzate, pues!

—Unos andan por el camino, otros pasean, algunos son libres, otros están encadenados, y mi corazón pesa en mis pies.





26



—Tomaré lo que quieres darme, nada más te pido.

—Sí, sí, ya te conozco, mendiguito, y sé que quieres cuanto tengo.

—Si me dieras esta pequeña flor la llevaría sobre mi corazón.

—¿Y si tiene espinas?

—La tomaría también.

—Sí, sí, ya te conozco, mendiguito, y sé que quieres cuanto tengo.

—Una mirada de tus ojos amorosos endulzaría mi vida por toda la eternidad.

—¿Y si mi mirada fuera cruel?

—Guardaría su herida en mi corazón.

—Sí, sí, ya te conozco, mendiguito, y sé que quieres cuanto tengo.

27



—Cree en el amor, aunque sea una fuente de dolor. No cierres tu corazón.

—Amigo mío, tus palabras son oscuras, no puedo entenderlas.

—El corazón se ha hecho para entregarlo con una lágrima y una canción, amada mía.

—Amigo mío, tus palabras son oscuras, no puedo entenderlas.

—La alegría es frágil como una gota de rocío y muere sonriendo. Pero la pena es poderosa y tenaz. Deja que un doloroso amor despierte en tus ojos.

—Amigo mío, tus palabras son oscuras, no puedo entenderlas.

—El loto prefiere florecer al sol y morir, a estar encerrado en el capullo durante un invierno inacabable.





—Amigo mío, tus palabras son oscuras, no puedo entenderlas.





28



Tu mirada, ansiosa y triste, quiere adivinar mi pensamiento.

También la luna quiere penetrar en el mar.

Conoces toda mi vida, pues nada te escondí. Por ello no sabes nada de mí:

Si mi vida fuera una gema, la rompería en cien pedazos y con ellos haría un collar que pondría en tu cuello.

Si mi vida fuese una simple flor, pequeña y suave, la arrancaría del tallo para colocarla en tu pelo.

Pero mi vida es un corazón, amada mía ¿y cuáles son sus límites?

No conoces las fronteras de este reino, a pesar de reinar en él.

Si mi corazón no fuera más que placer, florecería en una sonrisa feliz y lo comprenderías en un instante.

Si no fuera más que dolor, se derramaría en claras lágrimas y reflejaría en silencio su secreto.

Pero es amor, amada mía.

Su placer y su dolor son infinitos, su miseria y su riqueza son eternas.

Está tan cerca de ti como tu misma vida, pero nunca podrás conocerlo del todo.

29



Háblame, amor mío. Dime las palabras que cantabas.

La noche es oscura, las estrellas se han perdido entre las nubes. El viento suspira sobre las hojas.

Soltaré mis cabellos y mi manto azul me rodeará de noche. Acogeré tu cabeza en mi seno y, en la dulce soledad, hablaré bajo para tu corazón.

Cerraré los ojos para escucharte, sin mirar tu rostro.

Cuando termines tus palabras, permaneceremos silenciosos y quietos.

Sólo los árboles murmurarán en las tinieblas.

Palidecerá la noche y nacerá el día. Nos miraremos a los ojos y volveremos a nuestros distintos caminos.

Háblame, amor mío. Dime las palabras que cantabas.





30



Tú eres la nube del crepúsculo que flota en el cielo de mis sueños.

Te dibujo según los anhelos de mi amor.

Eres mía, y habitas en mis sueños infinitos.

Tus pies se colorean con el fulgor de mi deseo, espigadora de mis cantos vespertinos.

Tus labios tienen el amargor y la dulzura de mi vino de dolor.

Eres mía, y habitas en mis sueños infinitos.

La sombra de mi pasión ha oscurecido tus ojos. Eres la alucinación de mi mirada.

Te he prendido y envuelto en la red de mis cantos, amor mío.

Eres mía, y habitas en mis sueños infinitos.





31



Mi corazón, pájaro del desierto, ha encontrado su cielo en tus ojos.

Son la cuna del alba, el reino de las estrellas.

En su abismo se hunden mis canciones.

Déjame volar en este cielo inmenso y solitario. Déjame hendir sus nubes y desplegar mis alas en su sol.

32



Dime si todo esto es verdad, amado mío, dime si es verdad.

Cuando brilla el relámpago de mis ojos, ¿sombríos nubarrones se acumulan en tu corazón?

¿Es cierto que mis labios te parecen dulces como el florecimiento de tu primer amor?

El recuerdo de los mayos pasados, ¿duerme acaso en mis venas?

¿Se estremece la tierra, como un arpa llena de músicas, cuando la pisan mis pies?

¿Es verdad que al verme el rocío cae de los ojos de la noche y que la luz del alba es dichosa al rodearme?

¿Es verdad, es verdad que tu amor solitario me ha buscado a través de los siglos y los mundos?

¿Y que al hallarme, tu antiguo deseo se apaciguó con mis dulces palabras, con mis ojos, con mis labios y mis cabellos flotantes?

¿Es verdad, pues, que el misterio del Infinito está escrito en esta pequeña frente?

Dime, amado mío, ¿es verdad todo esto?



33



Te amo. Perdóname mi amor. Me apresaste como a un pájaro extraviado.

Mi corazón se estremeció tanto que cayó su velo.

Cúbrelo de piedad, amado, y perdóname mi amor.

Si no puedes amarme, perdóname mi dolor.

No me mires de lejos, con desprecio. Me acurrucaré en mi rincón y no me moveré en toda la noche. Taparé mi vergüenza con mis manos.

No me mires, amado, y perdóname mi dolor.

Si me amas, perdóname mi alegría.

Si mi corazón se precipita en un torrente de felicidad, no te rías de mi peligroso abandono.

Cuando sentada en mi trono te gobierne con la tiranía de mi amor; cuando te conceda mis favores como una diosa, disculpa mi orgullo, y perdóname mi alegría.



34



Amor, no te vayas sin despedirte de mí.

He velado toda la noche, y ahora el sueño pesa sobre mis ojos.

Si duermo, temo perderte.

Amor, no te vayas sin despedirte de mí.

Me sobresalto y tiendo mis manos para tocarte.

Me pregunto: ¿Es un sueño?

¡Si pudiera enredar tus pies con mi corazón y estrecharlos contra mi seno! Amor, no te vayas sin despedirte de mí.





35

Temes que te conozca muy pronto, por ello juegas conmigo.

Me deslumbras con tus risas para esconder tus lágrimas.

Conozco tus argucias.

Nunca dices la palabra que querrías decir.

Temes que no te estime, por ello me huyes de mil maneras.

Temes que te confunda con la multitud, por ello te apartas.

Conozco tus argucias.

Nunca vas por donde querrías ir.

Pides más que los otros, porque eres callada.

Con juguetona despreocupación evitas mis regalos.

Conozco tus argucias.

Nunca aceptas lo que querrías aceptar.

36



Murmuró: ‘Amor mío, mírame en los ojos’.

Refunfuñé y le dije: ‘Vete’. Pero no se movió.

Seguía junto a mí y me cogió las manos en las suyas. Le dije: ‘Déjame’. Pero no se fue.

Acercó su rostro al mío. Le miré y le dije: ‘¿No te da vergüenza?’ Pero no se movió.

Sus labios rozaron mi mejilla.

Me estremecí y le dije: ‘Eres demasiado atrevido’. Pero no se avergonzó.

Me puso una flor en el pelo. Le dije: ‘Es inútil’. Pero no le importó.

Me cogió la guirnalda del cuello y se fue. Estoy llorando y le pregunto a mi corazón: ‘¿Por qué no vuelve?’





37



¿Quieres colocar en mi cuello tu lozana guirnalda, hermosa mía?

Sea, pero has de saber que la única guirnalda que he tejido es para aquellas que aparecen en los rayos de luz, para las que habitan en países desconocidos y viven en las canciones de los poetas.

Es ya muy tarde para pedirme mi corazón a cambio del tuyo.

Hubo un tiempo en que todo el perfume de mi vida estaba concentrado como en el capullo de una flor.

Ahora se ha esparcido a lo lejos en alas de los vientos.

¿Quién sabría el conjuro capaz de recogerlo y encerrarlo de nuevo?

Mi corazón no es mío, y por ello no puedo ya darlo a una sola, pertenece a muchas.





38



Amor mío, este poeta tuyo emprendió una vez la composición de un gran poema épico.

Pero ¡ay! no fui prudente; mi poema chocó con tus ajorcas armoniosas y allí encontró su fin.

Se rompió en fragmentos musicales que se esparcieron a tus pies.

Todo mi caudal de antiguas historias de guerra naufragó en las olas juguetonas y, bañado en lágrimas, se hundió.

Amor mío, convierte esta pérdida en un bien.

Si se frustró mi aspiración a la eterna fama después de la muerte, hazme inmortal mientras viva.

Si es así, no lamentaré mi fracaso ni te acusaré por ello.





39





He pasado la mañana intentando tejer una guirnalda, pero las flores resbalan y se me escapan de los dedos.

Tú estás sentada, mirándome con el rabillo del ojo.

Pregúntales a tus ojos, oscuros de malicia, quién tiene la culpa.

Intento, inútilmente, cantar una canción.

Una disimulada sonrisa tiembla en tus labios; pregúntale la razón de mi fracaso.

Que tus labios sonrientes cuenten cómo mi voz se perdió en el silencio, como una abeja ebria en el corazón del loto.

Llega la noche y las flores cierran sus pétalos.

Déjame sentar a tu lado y ordena a mis labios que cumplan su misión en el silencio de la noche, a la vaga claridad de las estrellas.





40





Una sonrisa incrédula revolotea en tus ojos cuando vengo a decirte adiós.

Me he despedido tantas veces que estás segura de que pronto volveré.

Debo confesarlo, también yo lo creo.

Porque los días de la primavera vuelven año tras año; la luna nos abandona para visitarnos de nuevo; las flores renacen en las ramas. Es probable que también mi adiós sea solamente un hasta pronto.

Pero conserva un instante la ilusión. No la apartes con tan violenta rapidez.

Cuando te digo que me voy para siempre cree en mis palabras, y que una neblina de lágrimas vele un instante la oscura profundidad de tus ojos.

Luego, cuando vuelva, sonríe maliciosamente cuanto quieras.





41



Deseo decirte las palabras más profundas, pero no me atrevo, pues temo tu burla.

Por ello me río de mí mismo y transformo en bromas mi secreto.

Me burlo de mi dolor, para que no te burles tú.

Deseo decirte las palabras más sinceras, pero no me atrevo, pues temo que no me creas.

Por ello las disfrazo de mentiras y digo lo contrario de lo que pienso.

Me esfuerzo en que mi dolor parezca absurdo, para que no te lo parezca a ti.

Deseo decirte las palabras más valiosas, pero no me atrevo, pues temo no ser correspondido.

Por ello te nombro duramente y me enorgullezco de mi insensibilidad.

Te aflijo, para que no ignores qué es la aflicción.

Deseo sentarme silenciosamente a tu lado, pero no me atrevo, pues temo que mis labios traicionen mi corazón.

Por ello parloteo disparatadamente, escondiendo mi corazón tras mis palabras. Trato a mi pena con dureza, para que no lo hagas tú.

Deseo alejarme de ti, pero no me atrevo, pues temo que descubras mi cobardía.

Por ello levanto la cabeza y me acerco a ti con aire indiferente.

La constante provocación de tus miradas renueve mi dolor sin cesar.

42

Oh, Locura, gloriosa embriaguez, cuando abres tu puerta con un puntapié y bromeas en público;

cuando vacías tu bolsa en una noche y te ríes de la prudencia;

cuando, sin sentido, avanzas por extraños senderos y juegas con fruslerías; cuando, al navegar en la tormenta, rompes tu timón en dos pedazos... entonces te sigo, compañera, me embriago contigo y me doy a los diablos.

Perdí mis días y mis noches en la compañía de los sabios y los discretos.

El mucho saber ha blanqueado mis cabellos y las incontables vigilias han ensombrecido mi mirada.

Durante años recogí y atesoré migajas de ciencia, que ahora destruyo, bailo sobre ellas y esparzo al viento.

Pues sé que la mayor sabiduría consiste en embriagarse y darse a los diablos.

Que se desvanezcan mis engañosos escrúpulos. Que pueda perder desesperadamente mi camino.

Que un arrebato de vertiginosa violencia me arrastre lejos del puerto.

El mundo está lleno de gente honorable, de trabajadores útiles y hábiles.

Hay hombres que se sitúan fácilmente en primera fila, otros que ocupan dignamente la segunda.

Dejad que sean útiles y prósperos y dejadme a mí ser inútil y loco.

Pues, lo sé muy bien, éste es el fin de todos los trabajos: estar borracho y darse a los diablos.

Juro renunciar desde ahora a cualquier pretensión de dignidad y decencia.

Abandono mi orgullo de saber y mi criterio sobre lo verdadero y lo falso.

Quiebro el vaso de mis recuerdos y derramo las últimas lágrimas.

Me baño en la espuma del rojo vino de las moras, que ilumina mi risa.

Desgarro en jirones la cortesía y la gravedad.

Juro solemnemente ser indigno, embriagarme y darme a los diablos.





43



No, amigos míos, nunca seré un asceta.

Nunca seré un asceta, si ella no pronuncia los mismos votos que yo.

Estoy firmemente decidido a no ser un asceta, salvo que hallara un refugio suavemente sombreado y una compañera de penitencia.

No, amigos míos, nunca dejaré mi casa para retirarme al solitario bosque, si en el eco de su sombra no resuena una risa alegre, si no ondea al viento un manto color de azafrán, si el silencio de la selva no se hace más profundo con dulces murmullos.

Lo tengo decidido, nunca seré un asceta.







44

Reverendo padre, perdonad a dos pecadores. Los aires de la primavera soplan hoy en torbellino, barriendo el polvo y las hojas muertas, y con ellas vuestros consejos.

No digáis, padre, que la vida es vanidad.

Pues, por un día, hemos pactado la tregua con la muerte, y por unas horas perfumadas, los dos somos inmortales.

Si se acercara el ejército del rey para cargar violentamente contra nosotros, nos limitaríamos a mover tristemente la cabeza: ‘Hermanos, nos estáis molestando. Si deseáis entreteneros en estos ruidosos juegos, id más lejos a entrechocar vuestras armas. Sólo por unos instantes fugaces somos inmortales’.

Si vinieran a rodearnos los amigos, les saludaríamos humildemente y les diríamos: ‘Esta dicha nos turba.

Ocupamos un lugar muy pequeño en el cielo infinito. Pues en la primavera las flores se multiplican y las afanosas alas de las abejas chocan entre sí. Este pequeño cielo en el que vivimos nosotros dos, solos e inmortales, es extraordinariamente reducido’.





45


Invitados que debéis dispersaros según la voluntad de Dios, sin dejar huella alguna en este mundo.

Tomad, sonrientes, aquello que es fácil y sencillo y está junto a vosotros.

Hoy es la fiesta de los fantasmas que desconocen la hora de su muerte.

Que vuestra risa sea tan sólo una alegría instintiva, como los reflejos de la luz en el agua móvil.

Que vuestra vida baile ágilmente en los bordes del Tiempo, como el rocío en la punta de la hoja.

Los sonidos que arrancáis de las cuerdas del arpa han de ser ritmos fugaces.





46



Me abandonaste y seguiste tu camino.

Creí que lloraría por ti y que entronizaría en mi corazón tu imagen, tejida en una canción de oro puro.

Pero ay, triste suerte, el tiempo vuela.

La juventud se mustia año tras año.

Los días de la primavera son muy breves.

Las frágiles flores mueren por nada y el sabio me advierte que la vida no es más que una gota de rocío en la hoja del loto.

¿Debo olvidar todo esto para buscara quien se alejó de mí?

Sería una locura, pues el tiempo vuela.

Venid, noches lluviosas de pies mojados, sonríe, otoño de oro; ven, abril despreocupado, que envías besos desde lejos.

Venid todos.

Amores míos, sabéis muy bien que somos mortales.

¿Es sensato partirse el corazón por quien se lleva el nuestro? No, pues el tiempo vuela.

Es agradable sentarse en un rincón solitario, soñar y escribir versos que afirmen que tú eres mi vida entera.

Es heroico alimentar el propio dolor y apartar todo consuelo.

Pero un rostro joven se asoma a mi puerta y levanta sus ojos hacia mí.

Debo enjugar mis lágrimas y cambiarla melodía de mi canción.

Pues el tiempo vuela.





47



Si así lo quieres, dejaré de cantar.

Si mi mirada alborota tu corazón, apartaré mis ojos de tu rostro.

Si al encontrarme te estremeces, iré por otro camino.

Si cuando tejes tu guirnalda mi presencia te incomoda, me alejaré de tu jardín solitario.

Si cuando pasa mi barca el agua del río se agita tumultuosa no remaré más hacia tu orilla.





48



Líbrame de las cadenas de tu ternura, amor mío. No me ofrezcas más el vino de tus besos.

Este vapor de pesado incienso oprime mi corazón.

Abre las puertas y deja paso a la luz de la mañana.

Estoy perdido en ti, envuelto en los dobleces de tus caricias.

Sálvame de tus sortilegios, devuélveme la virilidad. Te ofreceré, entonces, un corazón libre.

49



Tengo sus manos en las mías, y la estrecho contra mi corazón.

Intento llenar mis brazos con su hermosura, apresar su dulce sonrisa con mis besos, beber ávidamente su oscura mirada.

Ay, ¿cómo conseguirlo? ¿Quién puede apoderarse del azul del cielo?

Quiero abrazar la belleza, pero se me escapa; sólo el cuerpo queda entre mis brazos.

50



Cansado y desilusionado, prosigo mi viaje.

¿Cómo podría alcanzar el cuerpo la flor que sólo puede tocar el espíritu? Amada, mi corazón desea encontrarte día y noche, como se encuentra la muerte devoradora.

Quiero ser arrastrado por ti como por un huracán. Toma cuanto tengo, destruye mi sueño y llévate mis fantasías. Róbame la vida.

Gracias a esta destrucción, a esta absoluta desnudez de mi alma, convirtámonos en un solo y hermoso ser...

Ay, mi anhelo es inútil. La única esperanza de comunión completa reside en ti, Dios mío.

51



Acaba tu última canción y vámonos.

Olvida esta noche, puesto que nace el día.

¿Quién intento estrechar entre mis brazos? Los sueños no pueden ser dominados, y mis manos ardientes aprietan el vacío contra mi corazón.

Y mi pecho es una gran herida.





52


¿Por qué se apagó la lámpara?

La protegí del viento con mi manto; por ello la lámpara se apagó.

¿Por qué se mustió la flor?

La estreché, inquieto y amoroso, contra mi corazón; por ello se mustió la flor.

¿Por qué se secó el río?

Construí un dique para que el agua sólo me sirviera a mí; por ello el río se secó.

¿Por qué se rompió la cuerda del arpa?

Quise dar una nota demasiado alta; por ello la cuerda del arpa se rompió.

53



¿Por qué me confundes con tu mirada?

No he venido a mendigar.

Sólo me detuve una hora al final de tu patio, tras el seto del jardín.

¿Por qué me confundes con tu mirada?

No he cogido ni una rosa de tu jardín.

No he cogido ni una fruta.

Me tendí humildemente a la sombra del camino, donde todos los caminantes desconocidos pueden descansar.

No he cogido ni una rosa.

Sí, yo estaba fatigado y caía la lluvia.

El viento sollozaba entre las agitadas ramas de los bambúes.

Las nubes corrían por el cielo como un escuadrón derrotado.

Yo estaba fatigado.

No sé si pensabas en mí, ni a quién esperabas desde el umbral.

Brillaban relámpagos en tus ojos vigilantes.

¿Cómo podía yo imaginar que me veías en la noche?

No sé si pensabas en mí.

El día se acaba, la lluvia ha cesado.

Abandono la sombra del árbol que cierra tu jardín y el banco sobre la hierba.

Ha llegado la noche, cierra tu puerta. Yo sigo mi camino.

El día ha terminado.





54



¿Dónde vas con tu cesto, esta noche, si el mercado está cerrado? Los compradores se han ido, y la luna se levanta por encima de los árboles del pueblo.

El eco de las voces que llaman la barca cruza el agua sombría hasta la lejana marisma donde duermen los patos silvestres.

¿Dónde vas con tu cesto, si el mercado está cerrado?

Los dedos del sueño han cerrado los ojos de la tierra.

Hay silencio en los nidos de los cuervos y se acalló el murmullo de las hojas del bambú.

Los labradores han vuelto de los campos y tienden sus ropas en los patios de las casas.

¿Dónde vas con tu cesto, si el mercado está cerrado?





55



Era mediodía cuando te fuiste.

El sol ardía en el cielo. Yo había terminado mi labor y estaba sentada sola en mi balcón, cuando te fuiste.

Las ráfagas del viento me acercaban el perfume de los prados lejanos.

En la sombra los palomos se arrullaban sin cesar, y una abeja que se extravió en mi estancia susurraba las noticias de los campos remotos.

El pueblo dormía en el sopor del mediodía.

El camino estaba desierto.

Crecía súbitamente el chasquido de las hojas y luego se desvanecía.

Yo miraba el cielo, y mientras el pueblo dormía en el sopor del mediodía, bordaba en azul las letras de un nombre amado.

Me había olvidado de trenzar mis cabellos, y la brisa ociosa jugaba con ellos sobre mi mejilla.

El río corría tranquilo bajo la umbrosa orilla. Las blancas nubes perezosas permanecían inmóviles.

Me había olvidado de trenzar mis cabellos.

Era mediodía cuando te fuiste.

El polvo del camino estaba caldeado y los prados jadeaban.

Las tórtolas se arrullaban en la espesura.

Yo estaba sola en mi balcón, cuando te fuiste.





56



Estaba ocupada, con mis compañeras, en las oscuras tareas de la casa.

¿Por qué te fijaste en mí y me hiciste abandonar el fresco refugio de nuestra vida en común?

El amor no confesado es sagrado.

Brilla como un diamante en la secreta sombra del corazón. A la luz del indiscreto día se oscurece feamente.

Ay, rompiste el velo de mi corazón y arrancaste el misterio de mi amor, destruyendo para siempre la preciosa sombra donde escondía su nido.

Mis compañeras siguen siendo las mismas.

Nadie ha penetrado en su interior y ni siquiera ellas conocen su propio secreto.

Sonríen y lloran a su capricho, parlotean y trabajan, van al templo cada día, encienden sus lámparas y sacan agua del río.

Puse mi esperanza en que mi amor no sufriera la estremecedora vergüenza del abandono.

Pero tú has apartado tu mirada de mí.

Sí, tu camino está abierto ante tus pasos; pero has cortado mi retirada y me has dejado desnuda ante el mundo, cuyos ojos sin párpados me miran día y noche.





57



Oh Mundo, cogí tu flor.

La estreché contra mi corazón y me hirió su espina.

Cuando se oscureció el día la flor estaba mustia, pero el dolor ha persistido.

Oh Mundo, muchas flores renacerán perfumadas y gloriosas.

Pero la hora de coger flores ya ha pasado para mí, y en la noche sombría me falta la rosa; sólo persiste su dolor.





58



Una mañana, en el jardín, una niña ciega vino a ofrecerme una guirnalda depositada sobre una hoja de loto.

Colgué la guirnalda de mi cuello y los ojos se me llenaron de lágrimas.

Besé a la niña y le dije: ‘Eres una flor, y las flores son ciegas; por ello no puedes comprender la hermosura de tu regalo’.









59



Mujer: no eres sólo la obra maestra de Dios, sino también la de los hombres, que te adornan con la belleza de sus corazones.

Los poetas bordan tus velos con el hilo de oro de su fantasía, y los pintores inmortalizan la forma de tu cuerpo.

El mar da sus perlas, las minas su oro y el jardín de verano sus flores para embellecerte.

El deseo del hombre glorifica tu juventud.

Eres mitad mujer y mitad sueño.





60



En el torbellino y el estrépito de la vida, tú, ¡oh Belleza!, tallada en piedra, permaneces callada y tranquila, solitaria y lejana.

El Amor eterno murmura a tus pies: ’Háblame, háblame, amada mía’.

Pero tus palabras siguen encerradas en la piedra, ¡oh Belleza insensible!

61



Pacifícate, corazón mío, que sea dulce la hora de la separación; que no sea una muerte, sino un cumplimiento.

Vivamos del recuerdo de nuestro amor y que nuestro dolor se mude en canciones.

Que el vuelo a través de los cielos termine con el aquietamiento de las alas en el nido.

Que la última caricia de nuestras manos sea tan suave como la flor de la noche.

Acércate, hermoso fin de nuestro amor, y dinos en el silencio tus últimas palabras.

Yo te reverencio y levanto mi lámpara para iluminar tu camino.

62

Por el oscuro camino de un sueño busqué a aquella que había amado en una vida anterior; su casa estaba situada al final de una calle desolada.

En la brisa del crepúsculo su pavo real favorito dormitaba en su percha y las palomas callaban en su rincón.

Ella dejó su lámpara junto al umbral y quedó de pie ante mí.

Alzó sus grandes ojos y me preguntó en silencio: ‘¿Estás bien, amigo mío?’

Quise responderle, pero ya no sabía usar las palabras.

Reflexioné, reflexioné en vano.

Ya no recordaba nuestros nombres.

En sus ojos brillaron las lágrimas.

Me tendió su mano diestra. La tomé y quedé callado.

Nuestra lámpara vaciló en la brisa del crepúsculo y se apagó.

¿Ya debes partir, viajero?

La noche es tranquila y las tinieblas desfallecen sobre el bosque.

Las lámparas brillan en nuestro balcón, las flores son lozanas y apenas despiertan los ojos jóvenes.

¿Llegó ya la hora de tu marcha?

¿Ya debes partir, viajero?

No hemos aprisionado tus pies con nuestros brazos suplicantes.

Las puertas están abiertas, y tu caballo, ensillado, te espera ante la verja.

Sólo hemos querido retenerte con nuestras canciones.

Sólo nuestras miradas han procurado retrasar tu partida.

No está en nuestro poder obligarte, viajero; sólo tenemos nuestras lágrimas.





63



¿Qué fuego devorador brilla en tus ojos?

¿Qué fiebre de inquietud anima tu sangre?

¿Qué llamada de las tinieblas te impulsa?

¿Qué terrible hechizo has leído en las estrellas del cielo, para que la noche, extraña y silenciosa mensajera, haya penetrado tan secretamente en tu corazón?

Si desdeñas las alegres fiestas, si deseas la paz, corazón fatigado, apagaremos nuestras lámparas y dejaremos las arpas.

Nos sentaremos, callados en la noche, bajo el susurro de las hojas, y la doliente luna derramará sus pálidos rayos en tu ventana.

Oh viajero, ¿con qué espíritu insomne te ha cautivado el corazón de la noche?





64



Pasé el día en la ardiente polvareda del camino.

Al llegar el frescor de la noche llamo a la puerta del albergue, desierto y en ruinas.

Un ‘ashath’ taciturno extiende sus raíces hambrientas por las profundas grietas del muro.

Hubo un tiempo en que los caminantes venían aquí a lavar sus pies cansados.

Tendían sus esteras en el patio y, sentándose a la difusa luz de la luna apenas nacida, hablaban de países desconocidos.

Despertaban al amanecer, reposados, alegrados por el canto de los pájaros, y las flores amigas se inclinaban hacia ellos desde el borde del camino.

Ahora no me espera aquí ninguna lámpara encendida.

En la pared, las negras manchas del humo, vestigio de antiguas vigilias, me miran con sus ojos ciegos.

Algunas luciérnagas revolotean en el matorral, junto al estanque seco, y las ramas del bambú hacen sombra sobre el camino invadido por la hierba.

El día muere. Nadie me ha invitado y, cansado, tengo ante mí la larga noche.





65



¿Es tu voz la que oigo?

Ha llegado la noche, y el cansancio me oprime como los brazos suplicantes de una enamorada.

¿Me llamas tú?

Te he dado todo mi día; ¿quieres robarme también mis noches, cruel tirana?

Todo tiene fin, y a cada uno corresponde la soledad de la noche.

¿Por qué tu voz la desgarra y viene a abrasar mi corazón?

La noche ¿no canta ante tu puerta su canción de cuna?

¿Nunca se elevan por encima de tu altiva torre las estrellas de alas silenciosas?

¿No caen nunca en el polvo, en dulce agonía, las flores de tu jardín?

¿Por qué me llamas, atormentada? Deja que los suaves ojos del amor velen y lloren en vano.

Deja que arda tu lámpara en la casa desierta.

Que la barca vuelva a su casa a los labradores fatigados...

Abandono mis sueños y acudo a tu llamada.





66



Un loco andaba vagabundeando, buscando la piedra filosofal, el pelo enmarañado, cubierto de polvo, el cuerpo reducido a una sombra, los labios tan prietos como la puerta cerrada de su corazón y los ojos ardientes como la lámpara de la luciérnaga que busca compañero.

Ante él rugía el inmenso océano.

Las olas charlatanas hablaban de los tesoros ocultos en su seno y se burlaban del ignorante que no las entendía.

Sin esperanza y sin tregua, él proseguía la búsqueda que era toda su vida.

Como el océano que se levanta constantemente hacia el cielo para alcanzar lo inaccesible.

Como las estrellas que giran en círculo tras un objetivo nunca conseguido.

Así, en la playa desierta, el cabello enfebrecido de polvo, el loco vagaba buscando la piedra filosofal.

Un día, un chiquillo del pueblo se le acercó y le dijo: ‘¿Dónde has encontrado esta cadena de oro que llevas en la cintura?’

El loco se estremeció. La antigua cadena de hierro era de oro. No estaba soñando, pero, ¿cómo se había producido la transformación?

Se golpeaba salvajemente la frente.

¿Dónde, dónde se había realizado su sueño, sin advertirlo?

Había adquirido la costumbre de probar las piedras que recogía golpeándolas contra su cadena, tirándolas luego maquinalmente, sin mirar siquiera si había aparecido algún cambio; así, el pobre loco había encontrado y perdido la piedra filosofal.





67



Se ponía el sol y a occidente el cielo era de oro.

Maltrecho, quebrantado el cuerpo y el espíritu, como un árbol arrancado de raíz, el loco empezó a buscar de nuevo el tesoro perdido.

Aunque la noche avance lentamente y acalle todas las canciones, aunque tus compañeros hayan partido y tú estés cansado, aunque el miedo pueble las tinieblas y se vele el cielo, ¡pájaro mío, atiéndeme!, no cierres tus alas.

No te rodea la oscuridad de la espesura del bosque, sino el mar, que se hincha como una gigantesca serpiente negra.

No danzan ante ti las flores del jazmín; es el destello de la espuma de las olas.

¿Dónde está la verde orilla soleada, dónde está tu nido?

¡Pájaro mío, atiéndeme!, no cierres tus alas.

La noche solitaria se extiende sobre el camino; la aurora dormita tras las colinas en sombras; las mudas estrellas cuentan las horas y la pálida luna flota en la noche profunda.

¡Pájaro mío, atiéndeme!, no cierres tus alas.

No conoces la esperanza ni el temor; para ti no hay palabras, murmullos ni gritos.

No tienes hogar ni lecho.

Sólo dos alas y el cielo infinito.

¡Pájaro mío, atiéndeme!, no cierres tus alas.





68



Hermano, nadie es eterno y nada perdura. Tenlo presente en tu corazón y alégrate, hermano.

También otros soportaron el antiguo peso de la vida, y otros hicieron también este largo viaje.

Un poeta no puede cantar siempre la misma canción antigua.

La flor se mustia y muere, pero quien la llevaba no ha de llorar siempre su suerte.

Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.

Es preciso un gran silencio para ensayar una perfecta armonía.

Cuando se pone el sol la vida declina y se pierde en las doradas sombras.

El amor debe abandonar sus juegos para apurar la copa del dolor y renacer en el cielo de las lágrimas.

Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.

Nos apresuramos a recoger nuestras flores, temiendo que se las lleve el viento.

Apoderarnos de un beso que se desvanecería en la espera enciende nuestra sangre y aviva la mirada.

Nuestra vida es intensa y nuestros deseos fervientes, pues suena en el tiempo la campana de la separación.

Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.

La belleza nos es dulce, porque su ligero ritmo es el mismo que el de nuestra vida.

La sabiduría nos es preciosa, porque nunca conseguiremos poseer la ciencia suprema. Todo se hace y acaba en la Eternidad.

Pero las flores terrenales de la ilusión conservan con la muerte su eterna lozanía.

Hermano, tenlo presente en tu corazón y alégrate.

69



Quiero cazar el ciervo dorado.

Sí, amigos, sonreíd, pero no dejaré de perseguir la visión que siempre me huye.

Corro a través de colinas y valles, me aventuro por tierras desconocidas, en busca del ciervo dorado.

Id, id al mercado y multiplicad las compras. A mí me ha cautivado la llamada de los vientos errantes. ¿Dónde y cuándo? No lo sé.

No hay inquietud alguna en mi corazón: todo lo que tenía lo dejé tras mis pasos.

Corro a través de colinas y valles, me aventuro por tierras desconocidas, en busca del ciervo dorado.





70



Recuerdo que un día, cuando era niño, eché un pequeño barco de papel al arroyo. Era un caluroso día de julio, y yo estaba solo y encantado con mi juguete.

Eché un pequeño barco de papel al arroyo.

De pronto, aparecieron unas enormes nubes tormentosas, el viento acudió en torbellino y empezó a llover torrencialmente.

Las olas de agua fangosa cubrieron el arroyo y arrastraron mi pequeño barco.

Pensé amargamente que la tormenta no tenía otro propósito que destruir mi dicha.

Hoy, nublado día de julio que se hace largo, recuerdo esos juegos de la vida en los que siempre perdí.

Iba a recriminar a mi destino por tantos fracasos, cuando, de pronto, he recordado el pequeño barco de papel que naufragó en el arroyo.







71



Aún es de día, y no ha terminado la feria junto al río.

Temía haber malgastado mi tiempo y perdido mi última moneda.

Pero no, hermano, algo me queda todavía. El malicioso destino no me lo ha robado todo.

La compraventa ha terminado. Examinadas las cuentas, es hora de que vuelva a casa.

Guardabarrera, ¿reclamas el peaje?

No te preocupes, algo me queda todavía. El malicioso destino no me lo ha robado todo.

Los vientos encalmados presagian la tempestad, y las bajas nubes de poniente son de mal agüero.

Las aguas, silenciosas, esperan el viento.

Me apresuro a cruzar el río antes de que me sorprenda la noche.

Barquero, ¿me reclamas el pasaje?

Sí, hermano, algo me queda todavía.

El malicioso destino no me lo ha robado todo.

Al borde del camino, el mendigo está sentado bajo un árbol. Me mira con tímida esperanza.

Cree que me he enriquecido con el negocio del día.

Sí, hermano, algo me queda todavía.

El malicioso destino no me lo ha robado todo.

La noche es sombría y el camino está desierto. Las luciérnagas brillan entre las hojas.

¿Quién eres tú, que me vas siguiendo furtiva y silenciosamente?

Comprendo, quieres robarme mis ganancias. No quiero defraudarte.

Pues algo me queda todavía. El malicioso destino no me lo ha robado todo.

Llego a mi casa a medianoche, con las manos vacías.

Tú me esperas a la puerta, desvelada y en silencio, con los ojos anhelantes.

Como un tímido pájaro, te posas amorosamente en mi corazón.

¡Sí, sí, Dios mío! ¡Cuánto me queda todavía!





72



Después de muchos días de duro trabajo edifiqué un templo. No tenía puertas ni ventanas; sus muros eran gruesos y estaban formados por piedras macizas.

Olvidé lo demás, me aparté del mundo, y me dediqué a contemplar la imagen que había colocado en el altar.

La constante nube de incienso envolvía mi corazón en sus pesados jirones.

Entretuve mis vigilias grabando en las paredes un laberinto de formas fantásticas: caballos alados, flores de rostro humano, mujeres con cuerpo de serpiente.

No dejé abertura alguna por la que pudiera entrar el canto de los pájaros, el susurro de las hojas o el rumor del pueblo atareado.

Sólo mis invocaciones resonaban en la sombría bóveda.

Mi espíritu se convirtió en la acerada y silenciosa punta de una llama, y mis sentidos cayeron en éxtasis.

No me di cuenta del paso del tiempo hasta que el rayo, precipitándose sobre el templo, despertó el dolor de mi corazón.

A la luz del día la lámpara palideció, avergonzada; las figuras de los muros, sueños sin sentido, parecían evitar mis miradas.

Contemplé la imagen del altar, y vi que sonreía y se animaba, en vivificante contacto con Dios.

La noche que yo había apresado desplegó sus alas y huyó.





73



Oh Tierra, paciente madre oscura, tu riqueza no es infinita.

Te esfuerzas en alimentar a tus hijos, pero el alimento es escaso.

Las alegrías que nos ofreces nunca son perfectas.

Los juguetes que construyes para tus hijos son frágiles.

No puedes satisfacer nuestra insaciable esperanza. Pero no por ello te repudiaré.

Tu sonrisa sombreada por el dolor es dulce a mis ojos.

Tu amor, que nunca se realiza, es caro a mi corazón.

De tu pecho hemos recibido la vida, no la inmortalidad, y por ello velas por nosotros.

Hace siglos que compones colores y canciones, pero tu paraíso es sólo todavía un mero proyecto.

Tus más hermosas creaciones están veladas por la neblina de las lágrimas.

Verteré mis canciones en tu corazón callado y mi amor en tu amor.

Te adoraré por tu esfuerzo.

He visto la dulzura de tu rostro y amo tu triste polvo, madre Tierra.





74



En el palacio del mundo, una humilde brizna de hierba convive en la verde alfombra con los rayos del sol y las estrellas de medianoche.

Así, en el corazón del Universo, mis canciones ocupan el mismo lugar que la música de las nubes y los bosques.

Pero tu tesoro, hombre enriquecido, no participa de la plácida majestad del alegre y dorado sol ni de la suavidad de los rayos de la soñadora luna.

La bendición del cielo alcanza a todas las cosas, pero no desciende sobre ti.

Y cuando llegue la muerte, tu tesoro se marchitará y se convertirá en polvo.

75



Un hombre quería hacerse asceta.

Era una hermosa noche y dijo:

‘Ha llegado el momento de que abandone mi casa y busque a Dios. ¿Quién me retuvo tanto tiempo con estas engañosas ilusiones?’

Dios murmuró: ‘Yo’. Pero el hombre no comprendió.

Dijo: ‘¿Dónde estás, Tú que tanto tiempo te escondiste de mí?’

A su lado, su mujer dormía dulcemente, con un niño entre los brazos.

La voz contestó: ‘Dios está aquí’.

Pero el hombre no comprendió.

El niño lloró en sueños y se estrechó contra su madre.

Dios ordenó: ‘Detente, insensato, no abandones tu casa’. Pero él no comprendió tampoco.

Dios suspiró y murmuró tristemente: ’¿Por qué mi siervo creerá que me busca cuando se aleja de mí?’



76

Se celebraba la feria ante el templo. Había llovido desde el amanecer y el día tocaba a su fin.

Más radiante que la alegría de la muchedumbre era la sonrisa de una niña que había comprado, con su pequeña moneda, un silbato de palmera.

El gozoso sonido del silbato dominaba todas las risas y los ruidos.

Una nube de compradores se empujaba ante los puestos de venta. El camino estaba encenagado, el río se desbordaba y la lluvia incesante inundaba los prados.

Más viva que cualquier contrariedad de la muchedumbre era la tristeza de un chiquillo, a quien le faltaba una moneda para comprar un bastón pintado.

Su mirada, ardientemente fija en el mostrador, despertaba la compasión de la gente.

El artesano y su mujer, llegados del oeste, cavan la tierra para preparar ladrillos y construir el horno.

Su hijita se acerca al río, donde no acaba nunca de lavar los jarros y las cazuelas.

El hermanito, moreno, desnudo y cubierto de barro, sigue a la niña y se sienta en la orilla, esperando pacientemente que ella le llame.

La niña vuelve a la casa, con la cántara llena de agua en la cabeza, una jarra de cobre reluciente en la mano izquierda y conduciendo con la otra a su hermano. Dócil sirviente de su madre, las preocupaciones domésticas han dado a su rostro un peso de seriedad.

77

Un día vi al chiquillo desnudo, tendido en la hierba. Su hermana estaba sentada junto al agua, frotando un jarrón con un puñado de arena, dándole vueltas sin cesar.

Muy cerca, un cordero de suave lana pacía siguiendo el río.

Se aproximó al niño y, de pronto, baló fuertemente.

El niño se estremeció y empezó a gritar.

La hermana abandonó su tarea y corrió hacia él.

Rodeó a su hermanito con un brazo, y al cordero con el otro, y dividiendo sus caricias unió, en un mismo lazo de ternura, al hijo del hombre y al hijo de la bestia.

78

Era el mes de mayo. El sofocante calor del mediodía parecía interminable. La tierra seca se abría de sed.

Oí una voz que gritaba desde la otra orilla del río: ‘Ven, amor mío’.

Cerré mi libro y abrí la ventana.

Vi un gran búfalo, con los flancos manchados de barro, que me contemplaba desde la orilla con sus ojos plácidos y pacientes. Un chiquillo, con el agua a las rodillas, le llamaba para el baño.

Sonreí, divertido, y el corazón se me llenó de dulzura.

Me pregunto a menudo hasta qué punto pueden reconocerse el hombre y la bestia que no habla.

79



A través de qué paraíso primitivo, en el amanecer de la lejana creación, corría el sendero donde sus corazones se encontraron.

Aunque su parentesco haya sido olvidado tanto tiempo, no se han borrado las huellas de su constante unión.

Y de pronto, en una armonía sin palabras, se despierta un confuso recuerdo y la bestia contempla el rostro del hombre con confiada ternura, y el hombre inclina sus ojos hacia la bestia con tierna indulgencia.

Se diría que los dos amigos enmascarados se reconocen vagamente bajo el disfraz.







80



Con una mirada de tus ojos, hermosa mujer, podrías apoderarte de todos los cantos del arpa de los poetas.

Pero no tienes oídos para sus alabanzas; por ello vengo a alabarte.

Podrías ver humilladas a tus pies las frentes más orgullosas del mundo.

Pero, entre todos tus adoradores, los preferidos son los ignorados por la gloria; por ello te adoro.

Con la perfección de tus brazos aumentarías el esplendor del rey.

Pero los empleas para tener ordenada y limpia tu humilde casa, y por ello te tengo tan profundo respeto.





81



Muerte, Muerte mía, ¿por qué me hablas tan bajo al oído?

Cuando al atardecer las flores se mustian y el ganado vuelve al establo te acercas astutamente a mí y me susurras palabras que no comprendo.

¿Confías de este modo cortejarme y conquistarme, adormecerme con el opio de tus fríos besos, Muerte, Muerte mía?

¿No será nuestra boda una suntuosa ceremonia? ¿No adornarás con una guirnalda de flores tus rojos rizos?

¿No hay nadie que te preceda enarbolando tu estandarte y tus rojas antorchas no inflamarán la noche, Muerte, Muerte mía?

Acércate tocando tus crótalos, en una noche sin sueño.

Revísteme con tu mano escarlata, estrecha mi mano y llévame contigo.

Que tu carroza está dispuesta ante mi puerta y que tus caballos relinchen de impaciencia.

Levanta el velo y, orgullosamente, mírame cara a cara, Muerte, Muerte mía.

82

Esta noche mi joven esposa y yo vamos a jugar al juego de la muerte.

La noche es oscura, el cielo está lleno de nubes fantásticas y deliran las olas del mar.

Hemos abandonado nuestro refugio de ensueños, y abriendo la gran puerta hemos salido, mi joven esposa y yo.

Nos hemos sentado en el columpio, y el viento tempestuoso nos ha empujado con violencia por la espalda.

Mi joven esposa se levanta bruscamente, aterrorizada y hechizada a la vez, y se aprieta temblando contra mi pecho.

Durante mucho tiempo le hice tiernamente la corte.

Le preparé un lecho de flores y cerré las puertas para que la luz demasiado viva no hiriera sus ojos.

La besaba dulcemente en los labios y le susurraba dulces palabras; ella desfallecía, lánguidamente.

Se hallaba perdida en la neblina de una inmensa y vaga dulzura.

No respondía a la presión de mis manos, y mis canciones no podían despertarla.

Esta noche hemos oído la llamada de la tempestad, la llamada de los elementos salvajes.

Mi joven esposa se ha estremecido y, levantándose, me ha cogido de la mano.

Su cabellera flota al viento, su velo ondea y su guirnalda tiembla sobre su pecho.

El empujón de la muerte la ha devuelto a la vida.

Y estamos cara a cara y corazón a corazón, mi esposa y yo.

83

Ella vivía en la ladera de la colina, junto a un maizal, cerca de la fuente que desciende en rientes arroyos a la sombra solemne de los viejos árboles. Las mujeres iban allí a llenar sus cántaros, y los caminantes elegían el lugar para sentarse y charlar. Allí, ella trabajaba y soñaba cada día, acompañada por el borboteo de la corriente.

Una noche, de una cumbre perdida entre las nubes, descendió un forastero; sus cabellos enmarañados parecían un haz de serpientes. Asombrados, le preguntamos: ‘¿Quién eres?’ Sin responder, se sentó junto al manantial y se puso a contemplar la cabaña donde ella vivía. Tuvimos miedo y volvimos a casa a través de la noche.

A la mañana siguiente, cuando las mujeres acudieron a buscar agua, encontraron abierta la puerta de la cabaña, pero la voz de ella no se oía... ¿y dónde se había escondido su rostro sonriente?... El cántaro vacío estaba en el suelo y la lámpara se había apagado en un rincón. Nadie supo decir a dónde había huido antes de que amaneciera. También el forastero había desaparecido.

En mayo el sol se hizo ardiente y la nieve se fundió; nos sentamos junto a la fuente, llorosos, preguntándonos: ’En la tierra donde ahora está, ¿hay una fuente que le ofrezca su agua en los días cálidos?’ Y pensábamos con temor: ‘¿Habrá siquiera otro país más allá de estas colinas en las que vivimos?’

Llegó una noche de verano. Soplaba la brisa del sur y yo estaba sentado en su estancia abandonada, donde aún había la lámpara apagada, cuando de pronto las colinas se abrieron ante mis ojos como cortinas: ‘Ah, ella vuelve. ¿Cómo estás, niña? ¿Eres feliz? Pero dime, ¿dónde puedes refugiarte bajo este cielo infinito? Allí no tendrás nuestra fuente para calmar tu sed’.

‘Es el mismo cielo, dijo ella, aunque sin la barrera de las colinas, el mismo arroyo, crecido en río, la misma tierra, ensanchada en una llanura’.

‘Todo esto hay, suspiré, sólo nosotros no estamos’. Sonrió tristemente y dijo: ‘Estáis en mi corazón’. Desperté y oí el murmullo del arroyo y el rumor de los árboles en la noche.

84

Por los verdes y amarillos arrozales resbalan las sombras de las nubes de otoño, que el sol persigue con rapidez.

Las abejas se olvidan de libar la miel de las flores; ebrias de luz, zumban y revolotean enloquecidas.

En las islas del río los patos alborotan alegremente sin saber por qué.

Amigos míos, que nadie vuelva a casa esta mañana, que nadie vaya a trabajar.

Tomemos al asalto el cielo azul, apoderémonos del espacio como un botín.

La risa flotará en el aire como la espuma en el agua.

Amigos, pasemos la mañana cantando.

85

¿Quién eres tú, lector, que dentro de cien años leerás mis versos?

No puedo enviarte ni una flor de esta guirnalda de primavera, ni un solo rayo de oro de esa nube remota.

Abre tus puertas y mira a lo lejos.

En tu florido jardín recoge los perfumados recuerdos de las flores, hoy marchitas, de hace cien años.

Y te deseo que sientas, en la alegría de tu corazón, la viva alegría que floreció una mañana de primavera, cuya voz feliz canta a través de cien años.

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